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Historia

En 1887 se construyó un ascensor eléctrico, que funcionaba con un motor eléctrico que hacía girar un tambor giratorio en el que se enrollaba la cuerda de izado. En los siguientes doce años empezaron a ser de uso general los elevadores eléctricos con engranaje de tornillo sin fin, que conectaba el motor con el tambor, excepto en el caso de edificios altos.

En el ascensor de tambor, la longitud de la cuerda de izado, y por lo tanto la altura a la que la cabina podía subir, estaba limitada por el tamaño del tambor. Las limitaciones de espacio y las dificultades de fabricación impidieron que se utilizara el mecanismo de tambor en los rascacielos.

Las ventajas del ascensor eléctrico (rendimiento, costos de instalación relativamente bajos, y la velocidad casi constante sin reparar en la carga) animaron a los inventores a buscar una manera de usar la fuerza motriz eléctrica en estos edificios. Los contrapesos que creaban tracción sobre las poleas dirigidas eléctricamente solucionaron el problema.

Al principio se utilizaban motores de una sola velocidad. Luego se introdujeron los motores auxiliares de baja velocidad, ya que se necesitaba una segunda velocidad para facilitar el nivelado de la cabina respecto a las plataformas.

Más tarde se inventaron sistemas para modificar la velocidad mediante la variación del voltaje que se suministraba al motor de elevación.

En un principio, el encendido del motor y los frenos se hacían funcionar de forma mecánica, desde la cabina, mediante cuerdas de mano. Los electroimanes, que se controlaban con los interruptores de funcionamiento de la cabina, se introdujeron para conectar el motor y liberar un freno de resorte. El control por botones fue un descubrimiento temprano, que se complementó más tarde con un sistema elaborado de señales.

En los últimos años se emplean frecuencia dispositivos automáticos para nivelar las cabinas con las plataformas.


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